María Silvia Corcuera Terán: La belleza está en todas partes

María José Herrera.

El contacto con distintas culturas ensancha nuestros horizontes. Nos da evidencias de que existen otras prácticas, usos y creencias distintos a los propios y permite considerar adoptarlos y adaptarlos. Pero ¿qué significa el contacto con el otro cultural en tiempos de globalización? Tal vez admitir que los procesos de identidad son muy dinámicos y se nutren de fuentes tan lejanas como difíciles de reconocer. Estas cuestiones están presentes en la obra de María Silvia Corcuera, quien, desde fines de los años 80, viene trabajando en sintonía con diversos repertorios simbólicos a los que somete al reinado de su poesía personal. Inquieta y curiosa, desde niña –por la profesión de su padre, diplomático– vivió fuera de la Argentina. Principalmente en dos puntos del planeta con especial significado para los argentinos: Lima, la capital colonial del sur hispano, con su pasado y presente indígenas, y Roma, la cuna de Occidente. Su madre, antropóloga, no hizo sino abonar la curiosidad de María Silvia, ávida lectora y day dreamer. Efectivamente, la obra de Corcuera plantea un recorrido por distintos temas que reflejan aspectos de la actualidad histórica o personal, desde una perspectiva subjetiva fría, sin excesos expresivos, distanciada por el humor, característica de los años 90. Una visión que, como la de la artista, no evadió la crítica y evidenció cómo el arte es también un hecho político.

Corcuera es objetualista, en todo sentido: hace objetos y también los colecciona. Vive rodeada de infinidad de ellos, algunos propios, y otros que ha ido encontrando por el mundo. Dotada de la pasión del viajero, los objetos son, a la vez, vehículo de recuerdos, emociones y evidencia de tradiciones y mundos simbólicos en los que reconoce elementos de su interioridad.

La artista realiza construcciones, ensamblados de distintos materiales donde reina el principio collage, la práctica propia del arte moderno que, nacida con el cu-bismo, habilita el objeto o fragmento prehecho a adquirir el estatuto de obra de arte.1

Partiendo de esta licencia, Corcuera ha desarrollado se-ries inspiradas en la función de los objetos o en los signifi-cados que ésta puede disparar. Los juguetes es una de ellas.

Arrastrando las raíces del corazón y Ciudad de mis afectos remiten a su infancia viajera. Dotados de ruedas, estos juguetes inspirados en los artesanales, populares, transportan edificios y corazones, casas externas e internas, respectivamente. Inscritos en la tradición del constructivismo ruso y la herencia de Torres García, los juguetes son tentaciones,2 utensilios con sus propias reglas que, por medio de lo lúdico, nos distraen de los pesares del mundo.

Pequeñas carretas repletas de corazones, peinetones y otros enseres que no llegamos a reconocer nos hablan de un mundo de asociaciones libres encadenadas. Así actúa el principio creativo en Corcuera: un objeto remite a un significado, y ese significado, a un material o a otro objeto. Éste, luego, en un proceso de síntesis, se va desprendiendo de su aspecto icónico para convertirse en un signo abstracto. Inmediatamente, ese signo abstracto se recarga con el significado simbólico de aquello que lo originó. Así ocurrió con los peinetones cargados de leyenda que encontraron un lugar en el presente al convertirse sus afilados dientes en las agudas torres de la ciudades amenazadas de nuestra contemporaneidad.

La serie de los peinetones constituye una reflexión acerca de un rasgo de la identidad porteña que fascina a Corcuera: la desmesura. Si bien la artista recupera el peinetón y sus significados históricos, es claro que el aspecto que más le interesa es lo que implicó para la moda y, en este sentido, cómo habla del lugar de la mujer en la sociedad de principios del siglo XIX. El peinetón – pequeño accesorio de indumentaria de origen español– fue introducido en el Río de la Plata, donde se transformó en señuelo gigante, en estandarte de la coquetería porteña. César Hipólito Bacle, pintor viajero y primer litógrafo en el Plata, inmortalizó con humor, en Costumbres de 1834, los inconvenientes cotidianos del poco práctico aparato. Por su parte, Corcuera, con Peina tus ideas, destacó el aspecto comunicativo que toda moda posee. Sea escrito o con imágenes, la artista utilizó el formato peinetón –elegante forma orgánica semejante a los abanicos– para decir las cosas que pasan por la cabeza de las mujeres actuales.

Como señalamos antes, las ciudades surgen de los dien-tes de los peinetones. Las enhiestas torres se organizan en conjuntos que aluden a distintos ritos de la ciudad; el tango es uno de ellos. Hacia 1999, La ciudad de los días contados o La señalada hace referencia a la inminencia de la crisis también por el collage: bellas chapitas desechadas por los alicaídos ferrocarriles argentinos. Con estas coloridas banderas de lo prescindible, Corcuera señala un camino que inexorablemente conduce a Señores, todos al volquete, de 2001. Allí fueron a parar todas las ilusiones de una ciudad sumergida en la marginalidad y la descomposición social.

“Me gusta ser directa”, dice María Silvia. La eficacia comunicativa es uno de sus anhelos. Las ciudades parecen barcos, y son así para que sean asociadas a naves a la deriva. Objetos, collages o relieves, las ciudades rinden tributo a distintos artistas constructivos como Alfredo Hlito y Roberto Aizenberg, y recuerdan la arquitectura de tablero alemana y rusa –expresionista–, cuya heredera actual, otra mujer, es la arquitecta iraquí Zaha Habib.

Vendas, mordazas, ataduras predominan en los años de la crisis. Ciudades heridas, maniatadas, preceden a los siniestros pájaros negros y rojos que uno imagina aterrizar en picada sobre los islotes urbanos. Las protegidas es otra serie de ciudades en las que enormes lunas-ojos cuentan historias ayudadas por la simbología de los distintos materiales utilizados en el collage: un juego entre palabras e imágenes. Leves papelitos, como exvotos, aluden al pañuelo de las Madres y otras madres, a su protección y control. Cientos de alas de ángeles circundan la ciudad golpeada por una tragedia debida a la desidia, el incedio de Cromañón. Ciudad de lágrimas, ciudad de corrupción. La realidad se cuela por los materiales cotidia-nos que Corcuera utiliza con intención estética y crítica.

La mujer es siempre protagonista en la obra de María Silvia. Protectora, protegida, curiosa, observadora o viperina, la psicología femenina está presente tanto en las acciones de sus personajes como en la desbordante capacidad de incorporar la variedad y la simultaneidad que caracterizan a la artista. En 2003, el atuendo femenino por antonomasia, el vestido, se convirtió en receptáculo de los juegos plásticos de Corcuera. Metonimias del cuerpo, padecen, gozan y reciben todos las modas nutridas por la historia del arte. En Las comadres, “un ejército de señoritas cómplices”, María Silvia comenta con ironía el natural espíritu de cuerpo que une a las mujeres a la hora de tramar intrigas.

Con la serie Memorias de una extraviada global nuevamente el protagonismo es femenino, pero esta vez en primera persona. Un viaje reciente a China convenció a Corcuera de algo que siempre intuyó: los arquetipos humanos se visten de distintos ropajes. Vida, muerte, amor, odio se expresan de maneras diversas según las culturas. Así, la artista abrió sus ojos para encontrar en lo que veía aquello que conocía. Desentrañó cada símbolo para luego incorporarlo desde su propia perspectiva. Como en Noche de la muralla, donde un obsesivo pattern concéntrico es tanto la síntesis de una rosa –el rojo de la China– como los remolinos rugientes del viento helado de la Manchuria.

Tatuajes es el nombre del trabajo actual, donde Corcuera dibuja a pincel densas tramas figurativas que, a simple vista, parecen estampados textiles. Jugando con la visión a distancia y la concentración del contemplador, los tatuajes develan todo un mundo escondido de sentencias, imágenes y símbolos. En una de estas pinturas conviven la flor del mburucuyá, llamada pasionaria por los españoles, el logo de Coca-Cola, la rosa de Santa Rosa de Lima, la primera santa del Nuevo Mundo –otra mujer protagonista– y frases como “estamos condenados al éxito”, tan frecuentes en el lenguaje irónico de los porteños. Como en el mimetizado mundo del juego Buscando a Wally, Corcuera muestra lo difícil que es actualmente reconocer los objetos y sus intenciones. Pareciera decirnos que en esta globalización la realidad se lee en un solo registro, es plana. Sus tatuajes son señuelos visuales para la reflexión. Seducen con sus arabescos que recuerdan el mundo feliz y floral del Liberty, para anunciarnos un apocalipsis en el que va a haber que “oír en el silencio”, un esfuerzo para focalizarnos sobre nuestro interior y distinguir matices. No obstante, la visión de la artista no es pesimista sino cauta, desconfiada, atenta al devenir. Con un humor directo, afecto a la sabiduría popular del refrán, tan caro a la tradición española, María Silvia Corcuera trabaja en un mundo global en el que ni por un instante deja de encontrar belleza.


1 Véase Marchán Fiz, Simón, Del arte objetual al arte de concepto, Madrid, Alberto Corazón Editor, 2ª ed., 1974.

2 Según Cirlot, éste es el simbolismo de los juguetes en la tradición griega. Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Barcelona, Editorial Labor, 1985.