Entre la ferocidad y la ternura.

Un recorrido por la obra de María Silvia Corcuera Terán

Mercedes Mac Donnell

Sólo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber lo que ve el otro de ese universo que no es el mismo que el nuestro, y cuyos paisajes nos serían tan desconocidos como los que pueda haber en la Luna. Gracias al arte, en vez de ver un solo mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse, y tenemos a nuestra disposición tantos mundos como artistas originales hay, unos mundos tan diferentes unos de otros como aquellos que giran en el infinito…

Marcel Proust, El tiempo recobrado, III.

1 A mediados de los años 90, cuando la Argentina estaba bajo la ilusión del Primer Mundo, María Silvia presentó una serie de juguetes recortados en madera y montados sobre ruedas: porque la infancia –venía a decirnos la artista– es algo que se arrastra y que se lleva durante toda la vida.

Los juguetes interpelaban suavemente al espectador y lo empujaban a la evocación sentimental de ese tiempo pasado y perdido. Eran sumamente explícitos. Sin embargo, desde el centro mismo de esas figuras recortadas, ensambladas, lijadas y definidas armónicamente a través de azules plenos y rojos sanguíneos, desde la misma pintura que de repente parecía trepar como venas sobre los rojos corazones, e incluso también desde la misma intención de ternura o simple ingenuidad que sobrevolaba esa serie de juguetes, María Silvia estaba diciendo algo más.

Y lo decía casi como en un susurro, como hacen los niños cuando hablan con sus muñecos y comparten con ellos su miedo, su alegría o sus proyectos de juego. Juegos que son, siempre, modos de comenzar a descubrir el mundo, porque el niño, cuando juega, crea su realidad a medida que la va descubriendo… y lo mismo hacen los artistas, libres en la soledad de su taller.

2 No es aventurado afirmar que, precisamente con los juguetes, María Silvia comenzó su camino como artista visual, como se evidencia no sólo por las características distintas de las piezas que comienza a crear, sino también porque ella misma experimentó desde entonces una ruptura y un nuevo comienzo.

Con esta serie dejó atrás la obra que venía trabajando, utilizando acuarelas, técnicas mixtas y sólo papel como soporte; a partir de entonces, la artista se lanzó a la exploración formal de los recursos plásticos más apropiados para su creación, entendida ésta como una aventura con final desconocido, una aventura consistente en liberar la imaginación y explorar todas las posibilidades de lo real.

Uno de los críticos que siguió su trayectoria desde los 80, Rafael Squirru, sintetizó así este momento de ruptura, al reseñar la muestra de juguetes para el diario La Nación: “María Silvia es una inquieta. El alto nivel que logró con las acuarelas no alcanzó para que anclara en ellas. El suyo es un espíritu de aventura y de movimiento”.

3 Crear los juguetes; sumergirse en su propio pasado buscando dialogar con el espectador a partir de la experiencia universal de la infancia; tratar de transmitir una emoción, para que esa emoción genere una idea, o un recuerdo, o una sonrisa; buscar que de la emoción surja la experiencia, y de la experiencia, un saber; pensar en Latinoamérica, “proyectar” Latinoamérica desde una perspectiva distinta para comprender sus contradicciones y sus intensidades; pensar en la vida como una vuelta al mundo que conecta el azar con el destino...

Todo eso era algo que María Silvia no podía expresar con la acuarela. Aun cuando se la comparara con artistas americanas de la talla de Georgia O’Keefe o Marie Laurencin. Es así como surge en ella la necesidad de transmitir algo más que puro placer estético, pura contemplación, puras formas bellas; y en 1994, con la presentación de los juguetes, cambia totalmente de registro.

A partir de entonces, desplaza el poder creativo de ese sofisticado solipsismo introspectivo en el cual nadaban sus acuarelas, ricas en transparencias luminosas y referencias acuáticas o vegetales, y emprende un camino distinto. Su mirada se reencuentra con su propio pasado, generando una nueva mirada que nunca deja de ser enfáticamente subjetiva pero, a la vez, demuestra ser enteramente social, porque está inmersa en la actualidad del mundo. Desde entonces María Silvia comienza a crear, jugando. Como lo hacen los niños: concentrados y felices, dueños de un mundo que existe sólo porque ellos han sabido imaginarlo.

4 Las obras de la artista nunca son inocentes. Rechazan lo unidimensional. Ni siquiera los juguetes son simples. Detrás de ellos, en el medio de ellos, hay algo más. Unas veces en forma manifiesta, otras en forma oculta y secreta, sus obras siempre dicen algo de la realidad que nos circunda.

Porque aun cuando el tema parezca personalísimo, o se manifieste hermético y abstracto, detrás de cada pieza se oculta la voluntad de su autora de expresar y decir lo que se omite o se calla, lo que es necesario volver a repetir, lo que debe ser dicho de una vez y para siempre.

Centrando su interés en la búsqueda de otros soportes de expresión, su obra experimentó en esos años una gran transformación. Comienza a explorar nuevos recursos, nuevos temas, nuevos modos de decir. Una etapa previa a los juguetes compuesta por cajas-retablo, a semejanza de los retablos populares que aún hoy es posible encontrar en los pueblos de Latinoamérica, es parte también de ese proceso de mirar hacia atrás, volver la mirada hacia el comienzo de la historia, allí donde se entremezclan la religión con la magia, la invocación con la protección, lo eterno y lo temporal, como sucede en los retablos. Lo que está a la vista pero, al mismo tiempo, se eclipsa.

Esas primeras incursiones, cada vez más alejadas de las veladuras y las sutilezas transparentes de las acuarelas, fueron las que comenzaron a guiar a la artista en un camino personal que actualmente sigue en proceso de ebullición creativa y descubrimiento.

A medida que su obra siguió avanzando (y con ella la historia del país, los años 90 con sus privatizaciones y su ostentosa corrupción política, el abrupto 2001, la crisis social y económica, las tragedias como Cromañón…), esta voluntad de expresar y decir a través de la obra persistirá hasta convertirse en una marca de estilo personal.

5 No son palabras vacías aquellas que afirman que los artistas crean mundos nuevos. Durante todos estos años, María Silvia ha venido elaborando un lenguaje visual personal integrado por un repertorio de temas y motivos que son particulares a su obra y que dan cuenta de su mirada diferente y su visión del mundo, lenguaje que se refleja en una producción singularísima de carácter fuertemente expresivo.

Borges decía: “El arte debe ser como un espejo que refleja tu propia cara”. María Silvia ha asumido el desafío de esas palabras, que le exigen al artista trabajar con responsabilidad, de modo honesto y, ante todo, teniendo como meta la claridad, para que todos puedan comprender, para que la obra se comunique efectivamente con su espectador.

Visiones, confesiones, testimonios, paisajes significativos, conceptualizaciones, intuiciones compartidas, perplejidades, dramas o momentos de alegría mansa y llana… todas y cada una de las obras de María Silvia tienen su mensaje, nunca dejan al espectador del lado de afuera.

Desde el título, desde los colores o las formas, desde los elementos utilizados para comunicar un tema o una situación, la artista siempre ofrece un puente y establece la posibilidad de diálogo.

Esta amistad de la artista, la obra y el espectador tiene una faceta que merece destacarse. Se inscribe en un movimiento netamente pedagógico orientado a aproximar cada vez más al espectador a un mundo (el “mundo del arte”) que tal vez no reconoce como propio, flexibilizando las fronteras que lo separan de la vida, desafiando a experimentar el arte como juego y el juego del arte como parte de la propia vida.

Pero además, y muy seriamente, sus obras también apuestan a recuperar y restaurar la función social de arte, enfatizando el rol del artista y la responsabilidad de su decir.

6 Restaurar al arte su elevada función social es ciertamente una herencia que María Silvia, por convicción personal y por amor a muchos artistas argentinos y rioplatenses, ha tomado como propia.

¿De qué herencia se trata? De la riqueza artística y la enorme fuerza intelectual que construyeron a través de sus ideas y de sus obras personalidades como Ricardo Rojas, Quinquela Martín, Torres García, Elena Izcué, Ángel Guido, Martín Malharro, quienes estaban en la búsqueda de un arte propio que consiguiera expresar la sensibilidad latinoamericana, mediante una mirada sobre lo autóc-tono basada en el precepto constructivista “ninguna cultura debe repetirse, pero sí continuarse”.

Al igual que muchos de ellos (recordemos los deliciosos cuadernos escolares realizados por Elena Izcué con motivos precolombinos reformulados; o los proyectos también para niños en edad escolar de Ricardo Rojas), María Silvia se ha interesado por transmitir su arte a un público infantil, vinculando de este modo no sólo a los niños al arte, sino también a los artistas al juego, como lo demuestran los sucesivos Juegos de artistas, ideados por María Silvia en el Museo de los Niños del Abasto de Buenos Aires.

Ese proyecto pedagógico no será el único en su trayectoria. Como lo pensaron y lo piensan tantas personalidades de la cultura, para María Silvia, acercar el arte a los niños, a los artistas, al juego creativo y, en general, a todos los espectadores a un universo lúdico es una tradición que debe ser continuada y sostenida.

Así, su obra se emparienta y relaciona con esa música nueva que iniciaron los artistas latinoamericanos que tanto respeta, entre los que deben contarse también Batlle Planas, Berni, Del Prete, Xul Solar, Siqueiros o Aizenberg. A ellos –la lista es incompleta– les ha dedicado horas de estudio y trabajo, y en muchas ocasiones los ha homena-jeado en sus obras.

7 María Silvia siempre ha sostenido que el artista tiene una responsabilidad por su decir y un compromiso ético insoslayable. Es una premisa clave en su obra, junto a otra que puede resumirse así: el arte es un juego.

Son muchos los artistas contemporáneos que definen su trabajo a partir de un vínculo fuerte con el juego. Para ellos el acto de crear se identifica y se refleja en el juego porque ambos requieren sine qua non el ejercicio de la libertad creativa. Si no jugasen con los materiales, si no pudieran, como hacen los niños, investigar cada detalle e incluso romper el juguete si así se impone para progresar en el juego; si no pudieran realmente ser libres para crear… esos artistas que tan profundamente identifican el arte con el juego y el arte con la vida abandonarían su taller y se dedicarían a otra cosa.

María Silvia es una de esos artistas. El juego es uno de los ejes fundamentales de su obra. Porque en el juego, en ese espacio-tiempo surreal, artista y niño se encuentran y se reconocen. Ambos descubren que tienen una tarea a sus espaldas: crear un nuevo mundo. Hacer real lo que no existe. Ver lo que no está. Hacer visible lo invisible. Explorar deliberadamente las posibilidades de lo real y sus recursos para crear nuevas realidades paralelas.

8 Durante los últimos años del siglo XX la mirada sobre la realidad social será clave en la obra de María Silvia, y lo sigue siendo; al punto que puede verse como uno de los elementos constitutivos de su fuerza expresiva, ya que se trata de un rasgo omnipresente. Al mismo tiempo, se registra una apertura sin concesiones ante la experiencia estética, tomando el juego y la creatividad como brújula.

Esa mirada sobre lo social, que es reflejo de una subjetividad pero, a la vez, espejo del mundo y de la vida, puede fijarse sobre un eje: ferocidad/ternura.

Desde la perspectiva que da el tiempo, teniendo presente el panorama que nos ofrece su trayectoria y la progresión de su obra en direcciones y sentidos definidos, se hace evidente descubrir que María Silvia, al menos desde su serie Juguetes y en especial a partir de Peinetones, siempre tomó como elemento conceptual y compositi-vo su percepción de la realidad social, por lo que resulta ineludible interpretar su obra desde un prisma político.

Porque es precisamente a partir de esa mirada que alude de modo inevitable a lo político que la artista genera, en su composición y en el sentido final que le da a la obra, una orientación “hacia la ferocidad”, en contraposición con el recurso que se orienta “hacia la ternura”.

Su obra siempre es el resultado de esa actitud ante la realidad que tiene el artista que se siente responsable por lo que dice, cómo lo dice, y por qué lo dice. Debido a esta convicción, el arte y el artista comprometido con su época realiza su obra en sintonía con la construcción de la memoria colectiva, al “convertir los sucesos, precisamente, en un acontecimiento, algo que debe seguir estando ante los ojos no como pasado sino como acto suspendido en el tiempo”, como señala Beatriz Sarlo.

9 La ternura puede ser infinita. La ferocidad también. Con esos corazones montados sobre ruedas, esa vuelta al mundo, esos volantines, María Silvia ponía ante los ojos del espectador una visión arquetípica de la edad infantil simbolizada por el juego, como una apelación a los orígenes, al mundo como era antes y como siempre fue.

A través de la ferocidad, o a través de la ternura, María Silvia ha desarrollado una obra que tiene una evolución interior y una narratividad en diagonal donde siempre resuenan los sucesos y los acontecimientos de la Argentina y del mundo, aun cuando sean descriptivos desde una perspectiva intimista.

10 Peinetones: voluntad de desmesura fue el título de la muestra que exhibió María Silvia en Buenos Aires en 1997. A través de este objeto, la artista expresa plásticamente una mirada sociológica nacida de su apego a lo popular y al universo de lo femenino, por un lado; y por el otro, profundiza y desarrolla esa rigurosa conciencia histórica que la llevará a analizar desde el arte la realidad social del país y del mundo.

Es imposible no caer bajo el encanto del peinetón cuando se conocen los detalles de su historia, como lo hizo arduamente la artista. Tal como lo refiere en el catálogo de la muestra el historiador Félix Luna, los peinetones de hasta un metro de diámetro hicieron furor en la década de 1830, gracias a la visión de un español venido a estas orillas y llamado, curiosamente, Manuel Masculino. Adivinando quizás cierta vanidad porteña o cierto deseo exhibicionista, alcanzó gran éxito confeccionando peinetones a medida con profusión de adornos, y así podemos verlos en las litografías paródicas que el cronista e ilustrador Hipólito Bacle realizó en esos años. La moda duró poco tiempo, pero el suficiente como para obligar a regular el paso de las damas por la calle: una ordenanza de la policía daba derecho de tránsito a toda mujer con peinetón que circulase por la derecha.

Al igual que con el juguete popular (donde se esconde la pérdida de la infancia pero, a la vez, se celebra el reencuentro), el peinetón también tiene un anverso y un reverso en la visión de la artista, cuya alusión es clara en el título de la muestra. Porque la sonrisa que nos despierta esa moda exagerada no deja de tener un tinte amargo, sin dudas irónico, que nos habla de nuestra idiosincrasia como argentinos, de nuestra enorme desmesura y grandilocuencia, de nuestra inclinación a la transgresión por la transgresión en sí… ¿quizá para mostrarnos a nosotros mismos que somos diferentes al resto de Latinoamérica?

Desde la mirada de María Silvia, el peinetón porteño salta por encima de la anécdota histórica y nos habla directamente de nuestro presente y de nuestra identidad como argentinos. De lo que queremos ser, de lo que somos, de lo que pretendemos aparentar, sin darnos cuenta del ridículo en que caemos por pensar que estamos “condenados al éxito”, como dijo el dirigente justicialista Eduardo Duhalde durante su paso por la presidencia en el sombrío año 2002.

11 En esa muestra había cuatro peinetones muy diferentes del resto. De formato grande y completamente blancos, silenciosos, del todo indiferentes a la ironía o al humor desplegados en la serie de los de formato chico, esos cuatro peinetones aludían a una realidad más oprobiosa, más dura, de la identidad argentina. Cada uno de ellos tenía la figura de un rostro de mujer vendado, tapado con tules, oculto. ¿Quiénes eran esas figuras? ¿Qué venían a decir?

El espectador no tenía respuestas. O sí, si se entregaba a la contemplación de esas imágenes dolientes, sumidas en un sueño de muerte, un sueño de dolor del que no despertarán jamás. Estas cuatro imágenes representan una etapa clave en su vida de artista, pero, al tiempo que son íntimas, también evidencian una situación social asfixiante, que ya a mediados de los años 90 se reflejaba en la superficie de la vida cotidiana, ajena a todo pero latiendo como la serpiente en su huevo.

12 Con los peinetones, María Silvia empezó a definir los contornos de la historia que quería contar, a elegir los recursos exactos para hacerlo, a explorar posibilidades y sentidos, a veces con humor, otras veces con hondo dramatismo. Pero además, dio los primeros pasos en una actividad por fuera del propio trabajo en el taller y que se corresponde naturalmente con esa ética del artista que sostiene toda su obra, y que comienza por “desacralizar el arte”. Quitarle su rigor museístico, volverlo flexible, adaptable, próximo, tratar de insertarlo en ámbitos más masivos y no tradicionales, para acercarse a un nuevo público.

Durante esta muestra, conformada también por peinetones de la época y documentos históricos, María Silvia, junto con Elsi Jankelevich, distribuyó unas cartillas para los niños, adaptando la información histórica derivada del peinetón a un espectador infantil, buscando su interés y procurando divertirlo. De este modo la artista continúa su proyecto pedagógico, una de las fuerzas que movilizan secretamente su obra.

Esa voluntad de acercar el arte a los niños, pero tam-bién acercar a los artistas a los niños, y el arte en general a todas las personas, se plasmaría exitosamente en Juegos de artistas, mencionado anteriormente. Este proyecto de gran repercusión, que acaba de realizar su séptima edición, consiguió unir en un mismo ámbito los juguetes hechos por artistas del circuito junto con las piezas inventadas por los niños que cada tarde jugaban en el taller y hacían sus juguetes, sus propias “obras de arte”.

13 El peinetón, como concepto y como recurso plástico, será desde entonces un elemento fundamental en la obra de la artista. Cada vez que María Silvia pone en sus composiciones la figura triangular de un peinetón, ya sea para destacarlo o para ocultarlo, siempre se está refiriendo a la identidad argentina. El peinetón representa nuestra idiosincrasia, nuestra historia, es nuestro reflejo.

Toda esta serie está hecha con cartapesta, y esto no es casual. Porque su función era hablar de la pobreza, de la megalomanía que se engaña a sí misma, los peinetones no podrían haber sido de otros materiales. Hablan de nuestra identidad como argentinos, y despliegan en su parte aérea una panorámica lectura de nuestros males, nuestras virtudes, nuestros vicios. En muchos casos la artista ha escrito a mano versos o ideas de sus poetas favoritos, como Olga Orozco o César Vallejo, y en especial textos reelaborados a partir de la lectura del Libro del cielo y del infierno, de los escritores argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

Allí encontramos corazones, fuegos, islas Malvinas, boletos de colectivo, billetes, cielos e infiernos, banderas, el tango encarnado en el mito de Gardel, flores inquietantes, lazos vegetales que son como venas por las que corre la sangre de las heridas. El peinetón todo lo abarca y todo lo muestra, como en un juego de espejos que se reflejan a sí mismos.

En su parte aérea, el peinetón tiene dientes. Dientes afilados, como lanzas que se clavan, como pinches que lastiman. Dientes que terminan por delimitar este objeto asumido como un símbolo de la identidad argentina, pero también como una metáfora donde se posiciona toda una corriente de observación histórica.

Así como el peinetón se ofrece como el sitio para descargar la delirante iconografía que nos nombra como argentinos, ofreciéndola a la vista y bien visible en su parte aérea, así también sus dientes, como lanzas, se clavan y se fijan en el pasado doloroso de Latinoamérica, en sus desgarramientos, sus exuberancias, sus heridas, sus alegrías perdidas, sus hondos engaños y su, en apariencia, olvidada fuerza.

El peinetón como elemento visual suma a la obra de la artista un elemento político. Desde entonces, y hasta la actualidad, el peinetón transportará ese concepto: acotar nuestra identidad. También, en clave lúdica, fue la base para crear una serie en metal titulada Peina tus ideas.

14 La obra de María Silvia viene siendo estudiada por la doctora Regina Root, de la Universidad de Berkeley (California) y el College of William and Mary (Williamsburg, Virginia) de Estados Unidos. Para esta estudiosa de los signos que componen las identidades nacionales, los peinetones porteños no sólo delimitan un contorno preciso de identidad local e histórico, sino que además deben ser analizados a la luz de su contexto, bajo el dominio político de Juan Manuel de Rosas.

Root considera que el peinetón “es un símbolo de la re-sistencia antirrosista, una declaración a través de la moda contra la vanidad masculina de los líderes que lucharon contra la opresión de España, pero que después negaban la emancipación femenina”. Al recobrar este símbolo fundacional, el trabajo de María Silvia “resuena con las voces y los sueños del pasado y, al mismo tiempo, comprometiendo la arqueada cresta y dientes del peinetón en una batalla que revela sitios contemporáneos de resistencia”.

En los peinetones de María Silvia, los pinches, astillas, puntas de éstos que atraviesan la composición siempre remiten al dolor, a la herida punzante. Las vendas están ahí para reparar el daño, impedir la fragmentación.

Reflejan esa profunda convicción acerca del rol del artista en nuestras sociedades: el arte tiene la responsabilidad de decir, tiene que asumirse como una forma de expresión, pero no ya con rigor museístico, como una actividad reservada para unos pocos, sino que debe salir al encuentro del espectador.

Esa expresión alcanzaría un nuevo nivel de representación a partir de un elemento visual que empieza a tener cada vez más fuerza en su obra a medida que se acerca el cambio de siglo: las ciudades.

15 “¿Hay algún caso en la historia, uno solo, de un artista cuya obra no siga paralelamente, y de cerca, las vicisitudes personales de su vida y, lo que es más importante, el ritmo político y económico de su espíritu?”, se pregunta el poeta peruano César Vallejo en La obra y el artista (1929).

Como todo artista para el cual la sensibilidad social es una de las bases desde las que construye su obra, el proceso llamado globalización no pudo resultar indiferente a María Silvia. Si con el peinetón su mirada apuntaba a lo local, a la identidad propia de los argentinos, con las ciudades su expresión se amplía para abarcar fenómenos como el de la transculturación. Así, ante la ciudad global, el peinetón enfatiza su rol identificatorio y se convierte en un símbolo de pertenencia.

La artista expuso por primera vez sus Ciudades en el Centro Cultural Rougés (Tucumán) en 2001. Pero ya desde hacía varios años la imagen de la ciudad representada por la línea recta había sido un motivo ampliamente trabajado, con destacadas series como La ciudad y el río o La ciudad de los días contados, realizadas bajo el impacto de las sucesivas privatizaciones de empresas del Estado que simbolizaban un pasado que ya no existía. En contraposición a lo curvo del peinetón y de las formas circulares que priman entre los juguetes, las ciudades son desde entonces un motivo constante de producción y reflexión de su obra.

Se trata de una imagen a la cual llegó mientras rea-lizaba bocetos para el diseño de joyas, pero que poco a poco se fue instalando como materia prima desde la cual expresar su visión de lo real. Es una forma que ha explorado en color, volumen, diversidad de soportes y numerosas técnicas en las cuales María Silvia se zambulle cuando investiga sobre los temas que la motivan a crear. En muchas de sus piezas el color que tienen sus ciudades parece negro, pero en realidad es un verde cemento, netamente urbano, elegido por la artista para sumar significación a su imagen.

16 Las ciudades son una de las etapas más interesantes en la trayectoria de María Silvia. Por muchos motivos. Uno de ellos es que, al incorporarse como nuevo elemento visual y conceptual junto con los peinetones, abren el horizonte de lo dicho en sus obras, estableciendo un diálogo entre lo local y lo global con múltiples variaciones.

Juntos crean un espacio donde los símbolos interactúan y hacen sentido, y donde la artista también juega con los materiales, utilizando cartón, madera, papel, hilos, clavos, pinches, vendas. Pero al tiempo que señala una realidad social y mundial, la introducción de este nuevo elemento le permitió esa práctica lúdica, ese volver una vez más a jugar con la obra, un rasgo notorio de su estilo.

Porque con las ciudades, intervenidas primero por el peinetón y todo su simbolismo, pero luego adscritas a otra serie de elementos con los que María Silvia juega desde hace años, el microcosmos que encierra cada obra comenzó a moverse de un modo diferente, con mayor contundencia en el decir, sintetizando una visión que es propia de la artista y ensamblando muchas cuestiones representadas por los elementos que vienen habitando su obra desde los inicios.

“Del peinetón originario se desmembraron su corona-miento y sus dientes. Éstos, ahora, emergen o se hincan en las ciudades cual toma de posesión. Aquél, en su independencia, adquirió una forma geométrica que a veces crece y se muestra amenazante, y en otras ocasiones, desarticu-lado en porciones, asume el rol de la rueda, como queriendo movilizar el estatismo de la ciudad”, escribía María Inés Pagés.

17 Con la imagen de la ciudad como eje, muchas obras utilizan recursos que derriban o amplían la frontera de lo matérico, hasta interactuar en un nivel de realidad tal, que el tema mismo o la propia obra ya no se diferencian. En la soledad del taller, la ciu-dad desolada es el cuadro acerca de esta desolación sobre el cual la artista coserá y pondrá vendas para curar lo lastimado y cerrar las heridas. Muchas obras fueron hechas con esta solicitud benévola, con esta actitud reparadora y calmante.

Es así como, cuando la idea de la ciudad se expresa con dramatismo, la artista interviene de muchos modos la tela: pone clavos, pega lágrimas, cose, cura de alguna manera lo dañado. En una composición de ciudad, de pronto decide sostener con un peinetón lo que está a punto de caer. Pone un botón rojo en un sitio preciso de una obra. Deja que la armonía de las lunas y las líneas de las curvas generen una imagen de la ciudad más serena, más ordenada, menos peligrosa. Comienza a transformar las lunas en ojos, ojos que miran la ciudad y la cuidan. A las ciudades cuya composición misma las designa como acorraladas y asfixiadas (como la serie que refiere a las privatizaciones de los años 90, hecha con auténticas chapitas de ferrocarril) les deja siempre una salida, un pequeño pasadizo.

La obra adquiere así un inquietante carácter orgánico: cuanta más tristeza y devastación exhibe la ciudad en el trabajo de María Silvia, más intervenciones tendrá la artista, casi como un ejercicio de exorcismo. Notoriamente, ese rol del artista y esa responsabilidad con su decir en el contexto de la realidad social parecen encontrar su ámbito, se definen, se afinan y se despliegan con nitidez en los difíciles años que vivió la Argentina en 2001-2003.

Las obras realizadas a partir de entonces, por más abs-tractas que parezcan, siempre esconden una voluntad de señalar, paliar, reclamar, curar. Son numerosas las ciudades, en distintos soportes, que nos muestran un paisaje de pura abstracción, que nunca es tal, porque sabemos que habla de las ciudades y las ciudades, también ellas, han alcanzado un grado de desmesura.

En la particular forma de expresividad que caracteriza la obra de María Silvia siempre hay algo que se clausura y se define en la expresión, y siempre hay algo que se vela o se mantiene en secreto. A veces la significación se impone por sí misma, a veces la artista recupera o recrea elementos de su lenguaje para decir algo nunca dicho antes.

Muchos de los elementos visuales y conceptuales con los que ya había trabajado, como el barco, por esos años comienzan a tener un protagonismo mayor, y a pesar más en la narratividad de las obras. Como objeto escultórico, los barcos de María Silvia siempre son de una poderosa fuerza alusiva. El barco representa el flujo inmigratorio pero también la expulsión, la migración global; asociado con el peinetón, enfatiza la alusión a la identidad argentina y a su pasado.

El barco alcanza una gran belleza cuando se presenta en la forma de una batea andina, utilizada por las mujeres para moler el grano o lavar la ropa, que se transforma en un barco de gran contundencia visual y que se parece, también, a una ciudad.

18 María Silvia presentó Escudos en 2005. Esta muestra, que fue pensada por ella como una instalación, al exhibir piezas de formato disímil, permite advertir una evolución de la obra y de la mirada de la artista en muchos y profundos niveles.

En 2006 parte de esos escudos (rojos y negros), se expusieron en Capalbio (Toscana, Italia), así como la serie Juegos urbanos, hechos con módulos verticales en madera oscura, donde se montan una sobre otra imágenes de ciudades sostenidas por los pinches de un peinetón.

En el catálogo de la muestra se lee: “María Silvia Corcuera Terán ha explorado largamente las posibilidades expresivas ofrecidas por la forma abstracta. El lenguaje que usa dialoga con la escena internacional, rearticulando temas sociales y culturales muy sugestivos. Sus obras retoman y reelaboran temas culturales y sociales de la memoria histórica argentina”.

Pero esa contundencia de las ciudades-objeto posee también otro carácter, definido así por críticos italianos: “El arte de Corcuera Terán tiene el agresivo dinamismo de los cambios históricos, pero expresa al mismo tiempo una radical esperanza por el futuro de su tierra”.

19 Bajo el título de Escudos María Silvia presentó también dos series más. La primera de ellas es la de Vestidos, unos 48 en total. Esos vestidos, que aparecían en su figura iguales ante el espectador, explícitamente manifestaban sentimientos, desasosiegos, alegrías, homenajes, ideas, reflexiones o motivaciones personales de la artista a la hora de mirarse a sí misma y a su propio mundo.

También, a su manera, los vestidos eran escudos, un gran disfraz de protección. Como en la parte aérea de los peinetones, en el interior de cada uno de ellos se desplegaban numerosas referencias directas, del todo diversas: todas ellas hablaban de la vida de la artista y de su realidad cotidiana, entendida como reflejo de la vida de todos y del contexto social e histórico por el que pasaba el país.

Con todo, la dureza de los temas tenía su punto de equilibrio: la forma del vestidito, siempre igual, denotaba un rasgo de ternura. Una sonrisa en mitad del infortunio. Sucede que en María Silvia, y éste es otro rasgo de su estilo, la ternura expresada de diferentes maneras siempre es una forma de reparación. Un intento de curar, de compensar o de unir. También, recobrar lo perdido, ofrecer una caricia, seguir esperando pacientemente que en la obra misma la ciudad sane su herida… pero a la vez, destacando visualmente esa herida a partir de las mismas vendas que lo cubren, que se esfuerzan por tratar de ensamblar lo fragmentado.

20 La segunda serie se llama Las protegidas y es una obra en papel, en técnica mixta. María Silvia siempre ha jugado mucho con el collage, una técnica en la que literalmente hay que operar sobre la materiali-dad del recurso, rompiendo, pegando, cortando, mezclan-do, creando el elemento que finalmente servirá a la obra. En esta serie la artista conjuga distintos elementos de su particular vocabulario conceptual y visual, con mirada sociológica e histórica pero, asimismo, con una decidida voluntad de curar y reparar lo que está herido, apelando una vez más a la ternura.

Toda la serie habla del dolor, y se relaciona directamen-te con la tragedia de República Cromañón y otros sucesos dramáticos registrados por los medios durante el tiempo que la artista trabajaba en ella. Esto no es evidente para un espectador casual. Pero quien conoce el ajustado lenguaje visual de las obras de María Silvia sabe que siempre hay algo que se dice en ellas, aun cuando se lo calle o se lo esconda. En otra pieza de esta serie realizada con servilletas de papel, la artista escribió y ocultó en algunas de ellas listas de conjugaciones que decían: “Fui yo, fuiste vos, fue él, fuimos nosotros”; aquí el contexto al que remite la obra se refiere al conocido escándalo político de los 90, donde quedó al descubierto la corrupción del Poder Judicial.

En Las protegidas, la artista calla. Mientras que en Vestidos muestra casi con alevosía la dura realidad, escudándose para decirlo en el diseño de una prenda de moda, en Las protegidas todo ese contenido de dolor está rigurosamente callado. Esta serie se caracteriza por presentar puras formas geométricas y ser completamente abstracta.

Pero el espectador que conoce la obra de María Silvia sabe que esas líneas rectas remiten a ciudades y esos ángulos, a peinetones. También aparecen las lunas, que son ojos que miran la ciudad y la protegen. Todo parece abstracto y sin referente. Pero sin embargo, algo que elige no ser dicho y que está oculto se expresa a través de las obras. El escenario está armado. La contemplación de muchas piezas de María Silvia comienza así: con un escenario armado, donde se despliega la visión de la artista.

Esta serie es dramática no sólo por sus temas. También todo ese dolor escondido, todas esas heridas abiertas, toda esa corrupción, toda esa sensación de desastre inminente, aunque no puedan verse de modo manifiesto, están presentes. Porque cada papelito cortado, cada pluma, cada detalle pensado en esas obras silenciosa y tristemente completa la visión a plena luz que ofrecían los vestiditos. Por eso tal vez a todas estas series las englobó en una sola palabra: “escudos”, casi como si se apelara a una forma de protección mágica mediante la transparencia del sentido.

21 Así como a la ferocidad le corresponde la ternura, a lo oculto le corresponde lo manifiesto. Asumiendo esa polaridad, queriéndola así, el mundo crea-do por María Silvia a través de sus obras se despliega o se esconde, se presenta como un golpe o como una caricia.

22 Actualmente la artista trabaja una serie muy particular sobre China, a partir de un viaje a ese país en 2006. Son telas que nadie dudaría en señalar como de pulso netamente abstracto, centrado sólo en provocar la belleza del gesto y de la línea, pero que siguen comunicando, siguen diciendo eso que María Silvia como artista dice, pero ahora desde su experiencia como turista occidental en el vasto imperio de Oriente.

En esta serie se destaca como nuevo elemento “el viento de muralla”, en referencia a una de las noches más significativas en cuanto a emoción y experiencia estética que vivió la artista en China. En muchas de las obras se advierte la intención no ya de interpretar, documentar y registrar una imagen de la ciudad global, sino antes bien de transmitir cierto ánimo, cierta fortaleza nacida de la idea de identidad occidental.

Pero esa polaridad occidental-no occidental que participa del horizonte conceptual de la obra no aparece en forma agresiva o dramática. Se trata de un work in progress, donde la artista ha elegido explorar las posibilidades plásticas de eso que piensa, que siente, que ha experimentado, todo eso que está por decir. Todo eso que China le sigue generando, todo aquello que resuena en su oído como si se tratase de una música insistente, un secreto susurrado que aparece en su memoria como un viento que crece y se aproxima, invitándola a hacer lo que más ama.

23 Las obras que enfocan China no son feroces. Tampoco son tiernas. Nacidas del asombro (origen de la filosofía, según Aristóteles), eluden lo político y recuperan el instante en que la artista experimentó la belleza en Oriente. Pero además, por su misma voluntad expresiva, redimensionan el concepto de identidad que en su producción se expresaba hasta ahora casi exclusivamente con el peinetón porteño, y que ahora remite a la sociedad occidental en su conjunto.

No son obras feroces. No son obras tiernas. Pero caminan, como todas las de María Silvia, en el intersticio, en el espacio entre las dos orillas, en los delgados bordes siempre resbaladizos de la realidad del mundo en que vivimos, ofreciéndonos una visión. Porque eso es lo que hacen los artistas, nos permiten saber “lo que ve el otro de ese universo que no es el mismo que el nuestro, y cuyos paisajes nos serían tan desconocidos como los que pueda haber en la Luna”… como decía Proust.